viernes, 3 de diciembre de 2010

Cambio de casa

Llevo bastante tiempo sin escribir nada para este blog. En parte se debe a que he estado muy ocupada y en parte a que he estado reflexionando en torno a... bueno, en torno a muchos temas. Poniendo las cosas en retrospectiva, he llegado a la conclusión que este no puede seguir siendo mi blog. Sí, tal vez soy un poco drástica. Cuando las personas cambian de ideas o viven cambios en sus vidas, la gran mayoría simplemente opta por escribirlo en su blog y no por crear uno nuevo. Pero yo, cuando un ambiente ya no se acomoda a mi estilo o filosofía de vida, opto por salir de ese lugar. En el mundo cibernético aplico la misma lógica y siento que no puedo seguir escribiendo en este espacio. De todas formas, este blog seguirá abierto. Le tengo mucho cariño. Sin embargo, ya no lo actualizaré más. Si quieren seguir leyéndome, pueden visitar mi blog de reseñas y otros temas literarios o mi nuevo espacio personal.

Saludos.

domingo, 22 de noviembre de 2009

¿Por qué somos anarquistas?

Nuevamente un copy/paste en el blog. Se está volviendo muy recurrente. Sin embargo, más que falta de tiempo o de palabras propias, es el afán por compartir el que me mueve.
Hoy he leído un texto alucinante titulado "¿Por qué somos anarquistas?". Me ha dejado el corazón henchido de pasión y furia. Con ganas de actuar, con ganas de exclamar a los cuatro vientos cuán desigual me parece el mundo, qué podríamos hacer para mejorarlo...

Llamenme idealista si quieren. Pero deben admitir algo: si más personas fueramos idealistas, este mundo sería un lugar mucho mejor.

***

¿POR QUÉ SOMOS ANARQUISTAS?

Somos anarquistas, porque ya son demasiados siglos los que llevamos soportando toda clase de gobiernos, a cual más tirano, más embustero, más déspota. Somos anarquistas, porque no encontramos ninguna razón para que se nos explote y tengamos que trabajar para que un grupo de vagos y sinvergüenzas se nos conviertan en millonarios. Somos anarquistas porque no aceptamos las leyes que están inventadas para asesinarnos y ahogar nuestros gritos de protesta. Somos anarquistas porque no creemos en vuestras guerras, en vuestras patrias, en vuestros dioses. Somos anarquistas porque detestamos vuestra policía, vuestros generales, vuestros reyes, y vuestros presidentes. Somos anarquistas porque, lo contrario de vosotros, sufrimos por las desgracias humanas. Somos anarquistas porque queremos la vida libre, sana, de igualdad y respeto mútuo para nuestros hijos. Somos anarquistas porque nos ahogan las lágrimas de tanta gente buena, noble, que lleváis engañando generación tras generación. Somos anarquistas porque estamos avergonzados de vuestra obra, en la cual no vemos más que muertos, hambrientos, cárceles, policías, militares, curas y millones de mentiras. Somos anarquistas conociendo vuestro poder, vuestra fuerza, vuestro terrorismo, vuestras calumnias, sabiendo que nos asesináis, nos encarceláis, nos difamais.

Nos llamais "terroristas", cuando vosotros dominais los pueblos, con bombas, tanques, pistolas, cárceles, torturas y ejecuciones, hospitales psiquiátricos y el infierno. Decís que la Anarquía es caos, cuando en vuestra sociedad estatal y capitalista no vemos más que delincuencia, prostitución, desigualdad; destruís cosechas y millones de seres humanos se mueren de hambre, bombardeais pueblos, ciudades, países enteros, todo lo arrasáis a vuestro paso causando pánico hasta a las estatuas.

Vuestra ambición, vuestro egoísmo, vuestra poca inteligencia, vuestra ceguera y locura de poder os está destruyendo a vosotros mismos, vuestros hijos os detestan y vuestros nietos no van a querer ni recordaros, vuestra sociedad se tambalea porque está sostenida de mentiras, terror, artículos, códigos y leyes, premios y castigos. Por eso somos anarquistas, y seremos anarquistas, para que esta sociedad cambie de abajo arriba, y para que os curéis de vuestra locura peligrosa, os pondremos en una isla para que recapaciteis de tanto mal como habéis hecho. Somos anarquistas porque es necesario que alguien se enfrente a vosotros, que grite vuestras atrocidades, que no se os tenga miedo como David no lo tuvo a Goliat. Somos anarquistas en la calle, en la cárcel, en la silla eléctrica, ante vuestros jueces y en los cementerios.

Porque ser anarquista es ser muchas cosas que vosotros ni comprendeis, ni teneis calidad humana, por eso llevais asesinándonos hace siglos, poneis bombas y nos echais las culpas, incendiais locales y nos encarcelais, meteis vuestros chivatos y vuestra policía en nuestros medios para crear la confusión y el desorden, os valeis de todas las artimañas para destruirnos, en vuestros medios siempre que nombran la palabra anarquia siempre la empleais como sinonimo de desorden, caos haciendo creer a la gente que el anarquismo es malo y cada vez que hablais de anarquistas solo hablais de los anarquistas terroristas y os olvidais de los anarquistas que fundaron escuelas libertarias donde no se maltrataban a los niños y no se les separaba por sexo, os olvidais tambien de los anarquistas escritores que fundaron periodicos, revistas y que escribieron muchos libros, esos libros que el franquismo quemo! y comprobais con pánico que por cada anarquista que matais nacen mil.

No podeis perdonarnos que somos los que no pactamos con vosotros, los que no creemos en vuestras promesas, os duele que defendamos la igualdad, la libertad, que creamos en el arte, en el progreso, en la educación de los pueblos, que no necesitamos ni dioses ni amos, que creemos en los seres humanos, en la Naturaleza, en los deberes y derechos de cada uno, que queremos una sociedad de paz, de amor y de respeto mútuo, una sociedad que no se parece en nada a la vuestra.

¡POR ESO SOMOS ANARQUISTAS...!

¿Tiene esto algo de maldad? Pues este es el crimen de los anarquistas muertos a lo largo de la historia.

J.J.

Tranquilos abuelos ya estamos aqui, por cada anarquista muerto naceremos mil.

Desde Australia, Enero de 1986

martes, 17 de noviembre de 2009

Felicidad clandestina

Comparto con ustedes uno de mis cuentos favoritos.

Felicidad Clandestina
de Clarice Lispector

Ella era gorda, baja, pecosa y de pelo excesivamente crespo, medio amarillento. Tenía un busto enorme, mientras que todas nosotras todavía eramos chatas. Como si no fuese suficiente, por encima del pecho se llenaba de caramelos los dos bolsillos de la blusa. Pero poseía lo que a cualquier niña devoradora de historietas le habría gustado tener: un padre dueño de una librería.

No lo aprovechaba mucho. Y nosotras todavía menos: incluso para los cumpleaños, en vez de un librito barato por lo menos, nos entregaba una postal de la tienda del padre. Encima siempre era un paisaje de Recife, la ciudad donde vivíamos, con sus puentes más que vistos.

Detrás escribía con letra elaboradísima palabras como "fecha natalicio" y "recuerdos".

Pero qué talento tenía para la crueldad. Mientras haciendo barullo chupaba caramelos, toda ella era pura venganza. Cómo nos debía odiar esa niña a nosotras, que éramos imperdonablemente monas, altas, de cabello libre. Conmigo ejerció su sadismo con una serena ferocidad. En mi ansiedad por leer, yo no me daba cuenta de las humillaciones que me imponía: seguía pidiéndole prestados los libros que a ella no le interesaban.

Hasta que le llegó el día magno de empezar a infligirme una tortura china. Como al pasar, me informó que tenía El reinado de Naricita, de Monteiro Lobato.

Era un libro gordo, válgame Dios, era un libro para quedarse a vivir con él, para comer, para dormir con él. Y totalmente por encima de mis posibilidades. Me dijo que si al día siguiente pasaba por la casa de ella me lo prestaría.

Hasta el día siguiente, de alegría, yo estuve transformada en la misma esperanza: no vivía, flotaba lentamente en un mar suave, las olas me transportaban de un lado a otro.

Literalmente corriendo, al día siguiente fui a su casa. No vivía en un apartamento, como yo, sino en una casa. No me hizo pasar. Con la mirada fija en la mía, me dijo que le había prestado el libro a otra niña y que volviera a buscarlo al día siguiente. Boquiabierta, yo me fui despacio, pero al poco rato la esperanza había vuelto a apoderarse de mí por completo y ya caminaba por la calle a saltos, que era mi manera extraña de caminar por las calles de Recife. Esa vez no me caí: me guiaba la promesa del libro, llegaría el día siguiente, los siguientes serían después mi vida entera, me esperaba el amor por el mundo, y no me caí una sola vez.

Pero las cosas no fueron tan sencillas. El plan secreto de la hija del dueño de la librería era sereno y diábolico. Al día siguiente allí estaba yo en la puerta de su casa, con una sonrisa y el corazón palpitante. Todo para oír la tranquila respuesta: que el libro no se hallaba aún en su poder, que volviese al día siguiente. Poco me imaginaba yo que más tarde, en el curso de la vida, el drama del "día siguiente" iba a repetirse para mi corazón palpitante otras veces como aquélla.

Y así seguimos. ¿Cuánto tiempo? Yo iba a su casa todos los días, sin faltar ni uno. A veces ella decía: Pues el libro estuvo conmigo ayer por la tarde, pero como tú no has venido hasta esta mañana se lo presté a otra niña. Y yo, que era propensa a las ojeras, sentía cómo las ojeras se ahondaban bajo mis ojos sorprendidos.

Hasta que un día, cuando yo estaba en la puerta de la casa de ella oyendo silenciosa, humildemente, su negativa, apareció la madre. Debía de extrañarle la presencia muda y cotidiana de esa niña en la puerta de su casa. Nos pidió explicaciones a las dos. Hubo una confusión silenciosa, entrecortado de palabras poco aclaratorias. A la señora le resultaba cada vez más extraño el hecho de no entender. Hasta que, madre buena, entendió a fin. Se volvió hacia la hija y con enorme sorpresa exclamó: ¡Pero si ese libro no ha salido nunca de casa y tú ni siquiera querías leerlo!

Y lo peor para la mujer no era el descubrimiento de lo que pasaba. Debía de ser el horrorizado descubrimiento de la hija que tenía. Nos espiaba en silencio: la potencia de perversidad de su hija desconocida, la niña rubia de pie ante la puerta, exhausta, al viento de las calles de Recife. Fue entonces cuando, recobrándose al fin, firme y serena le ordenó a su hija: Vas a prestar ahora mismo ese libro. Y a mí: Y tú te quedas con el libro todo el tiempo que quieras.

¿Entendido? Eso era más valioso que si me hubiesen regalado el libro: "el tiempo que quieras" es todo lo que una persona, grande o pequeña, puede tener la osadía de querer.

¿Cómo contar lo que siguió? Yo estaba atontada y fue así como recibí el libro en la mano. Creo que no dije nada. Cogí el libro. No, no partí saltando como siempre. Me fui caminando muy despacio. Sé que sostenía el grueso libro con las dos manos, apretándolo contra el pecho. Poco importa también cuánto tardé en llegar a casa. Tenía el pecho caliente, el corazón pensativo.

Al llegar a casa no empecé a leer. Simulaba que no lo tenía, únicamente para sentir después el sobresalto de tenerlo. Horas más tarde lo abrí, leí unas líneas maravillosas, volví a cerrarlo, me fui a pasear por la casa, lo postergué más aún yendo a comer pan con mantequilla, fingí no saber dónde había guardado el libro, lo encontraba, lo abría por unos instantes. Creaba los obstáculos más falsos para esa cosa clandestina que era la felicidad. Para mí la felicidad siempre habría de ser clandestina. Era como si yo lo presintiera. ¡Cuánto me demoré! Vivía en el aire... había en mí orgullo y pudor. Yo era una reina delicada.

A veces me sentaba en la hamaca para balancearme con el libro abierto en el regazo, sin tocarlo, en un éxtasis purísimo. No era más una niña con un libro: era una mujer con su amante.

lunes, 9 de noviembre de 2009

Segunda estrella a la derecha


La primera vez que vi Peter Pan debo haber tenido unos seis o siete años. Apenas terminó, quise ver si yo podía volar como los personajes de la película. En el fondo sabía que no era cierto; por muy pequeña que fuera, ya había leído lo suficiente como para saber que los humanos no vuelan, que el polvo de hadas no existe y que Peter Pan era un personaje ficticio. Aún así, me subí con determinación a mi cama, pensé en cosas alegres y salté. No tengo que explicarles que no volé: caí de pie en el suelo como cualquier niña normal que salta de cierta altura.

Siento que en mi vida ese episodio se repite todo el tiempo. Sé que los sueños que tengo son sólo fantasías. Aún así, me empeño en saltar para comprobarlo. La decepción sigue siendo la misma. Tal vez espero demasiado. Recuerdo que en Corazón de Caballero a William le dicen que apunta demasiado alto y él responde que no conoce otro modo de apuntar. Es la misma respuesta que me doy. ¿Estaré tan equivocada? ¿Seré así de inmadura?

Mejor ni respondan.

sábado, 31 de octubre de 2009

...

El silencio de tu mirada me estremece, me aterra... ¿Son esos ojitos sinceros? ¿Es tu mirada honesta? Siento que nunca conocí a nadie cuya mirada dijera tanto y tan poco al mismo tiempo... Tal vez no me entiendas, tal vez... estas palabras no signifiquen nada para ti... pero te observo, amor mío, te observo y aún así no puedo saber que dirás a continuación, no puedo saber si estás triste o feliz, no puedo... Lo único que sé al mirarte es que algo sucede y tengo tanto miedo de que lo que digas a continuación sean palabras de arrepentimiento... palabras de amor por otra persona... Y tengo tanto miedo de no poder hacerte feliz. Tanto, tanto, tanto miedo de no ser buena para ti, de arruinarlo todo. Y las lágrimas que se escapan de mis ojos son completamente sinceras, talvez tan sinceras como pocas veces en mi vida lo han sido.
Hay momentos en que deseo tu cuerpo. A eso le llaman lujuria... Sin embargo, hay otros momentos en lo que realmente deseo es tu alma. Conocerte por completo, ¡¡saber todo de ti!! Cada gusto, cada anécdota, cada pequeño detalle... ¿cómo le llaman a esto? ¿Será también un pecado capital? Talvez esta idea te haga sonreír.
Desde acá, al otro lado de la ciudad, veo tu sonrisa... O al menos la imagino. Esa sonrisa que anhelo provocar día tras día...

;;