martes, 13 de octubre de 2009
"¡En aquel entonces no supe comprender nada! Debí a haberla juzgado por sus actos y no por sus palabras. Ella me proporcionaba alegría y aroma. Jamás debí haber huído. Debí adivinar su ternura, tras sus inocentes mañas. ¡Las flores son tan contradictorias! Pero yo era demasiado joven para saber amarla."
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¿Cómo huir de ese encanto fatal, de esa implacable rosa de Saint Exupéry que --comparable al gato de Baudelaire-- sugiere (y el arte gíglico de Cortázar estaba en sugerir) en sus mañas la inocencia de una víctima, pero que, no obstante, y siendo la humanidad --al igual que el Principito-- quizá demasiado joven para el Amor (seguro que el bueno de Saint Exupéry lo quiso escribir así, con mayúscula), puede terminar volcándonos, dislocándonos del modo más miserable, y así el más intenso, a nuestra más perfecta perdición? La misma brutalidad con que Dios, de Su Mano, nos entrega al mundo ("parirás con dolor…", en Gen 3, 16), la remedamos (la vida es una parodia, como creía el Hákim borgeano) debatiendo, querámoslo o no (nada hay que, en acción o en potencia, no lo involucre), nuestras patéticas vidas en la atracción (que es la entropía a la que tiende el universo) que nos mueve, nos inclina hacia ese primer estado al que, cuando fuimos dados a luz, se nos sometió y padecimos en el mundo: el dolor. El dolor, que es común a todo origen (ciertos musulmanes llegan a aseverar que, de hecho, Dios creó el universo de un suspiro de tristeza; y para qué hablar del concepto de redención en el cristianismo). No importa si creemos que nos desfigura: sabemos que, en el fondo, nos completa y por eso lo amamos. Enfermizamente, nos arrojamos en su búsqueda; la consumación de nuestro deseo depende de qué tan diestros seamos en seducirlo; perseguimos así la paradojal Belleza: como quien, a ratos, intenta cortejar a la muerte. "Denn das Schöne ist nichts / als des Schrecklichen Anfang": "Porque lo Bello no es sino / el comienzo de lo Terrible", y "Ein jeder Engel ist schrecklich": "Todo Ángel es terrible", escribía, y con excelente literatura (otro don más que te aniquila), Rilke. Rimbaud, por su parte, se quejaba de que, cuando sentó a la Belleza en sus rodillas, ésta la pareció amarga. Y el Dios hebreo fue más Dios al sufrir como hombre en Cristo.
¿A qué perfecta tensión habrá que someter el arco, para que la flecha alcance su blanco? La gloria sea con Aquel que tensa, dispara y no falla.